Hay sonrisas que no terminan donde deberían. Se quedan a mitad del rostro, como un puente que no llega a la otra orilla. Y hay lágrimas que no pesan, que caen sin dejar rastro, como si alguien las hubiera dibujado en el aire. La falsedad es un oficio minucioso. Se trabaja con esmero, se ajustan los detalles, se ensaya en el espejo. Pero siempre hay un momento en que la mano resbala, la costura se nota, la voz no acierta el tono. Es cuestión de paciencia. De mirar más allá del gesto. Al final, todo se reduce a esto: la verdad no necesita esfuerzo. Basta con respirar. Lo demás es teatro. Y en el teatro, por perfecto que sea, siempre hay alguien entre bambalinas moviendo los hilos.
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