Hubo un momento en la vida, difícil de determinar con exactitud, en el que todo se volvió evidente: este mundo ya no tiene remedio. Su curso es inexorable, imposible de torcer o detener. Su marcha, pesada y obstinada, sigue un ritmo enfermizo que no nos pertenece a los mortales comunes. No hay forma de alterarlo, ni de imponernos a su inercia. Y entonces, en medio de esa certeza, surgió la única respuesta posible: una callada resistencia, casi invisible. No se trata de luchar, ni de oponerme con furia. Es algo más sutil, más frío: mirarlo de frente, sí, pero con una distancia irónica, como quien observa un juego cuyas reglas ya no le interesa seguir. Dejar que pase, como un viento que no merece más que una leve inclinación de cabeza. En esa tenacidad silenciosa, en ese gesto aparentemente insignificante, hay una profunda rebelión: la decisión de no ser arrastrado, de no entregar más de lo que el mundo merece. Es una forma de preservar la propia esencia en medio del caos, de encontrar libertad en la aceptación de lo que no puede cambiarse. Tal vez así encuentre la única victoria posible.
jueves, 20 de febrero de 2025
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