Estoy a seis días de los cincuenta. No sé qué se supone que debe sentirse, pero aquí, bajo el sol, frente al mar, sólo pienso en la línea infinita donde el cielo se mezcla con el agua. Es recta, perfecta, como un corte limpio en el universo. El viaje fue un pretexto, claro. No se trata de escapar, sino de pararse en un lugar donde el tiempo no tenga peso. No hay reflexiones profundas, ni grandes epifanías. Sólo el cuerpo al sol, la sal en la piel, y esa extraña certeza de que todo sigue igual, aunque uno cruce medio mundo para mirarse en otro espejo. Cincuenta años. Medio siglo. Podría hacer cuentas, buscar lecciones, inventar nostalgias. Pero aquí, ahora, sólo importa el viento cálido y buscar una sombra breve. El resto es silencio. Y está bien así.
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CINCUENTA Y EL HORIZONTE
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