Al regresar de su jornada interminable, una más entre tantas, se detuvo frente a la puerta de su casa. La llave, pequeña y desgastada, descansaba en su mano, como si en su oxidado metal se ocultaran los secretos de toda una vida. Al cruzar el umbral, los recuerdos comenzaron a emerger: tardes bañadas de sol, noches entre canciones, películas y diálogos que parecían no tener fin, momentos que se desvanecían en el tiempo. Se preguntó qué quedaría de él cuando ya no estuviera. No serían sus logros ni sus fracasos, sino algo más imperceptible, más leve, como el eco de sus pasos resonando en la memoria de aquellos testigos de su existencia que siguieran caminando. Lo invadió una certeza serena: no importaba el detalle de ser recordado, sino el simple hecho de haber sido, de haber existido, de haber sentido y de haber amado. Y mientras giraba la llave para cerrar tras de sí la puerta que lo separaba del mundo exterior, encontró, por fin, la paz que tanto había buscado, lista para guiarlo hacia la salida del infierno que él mismo había construido. El tiempo, mientras tanto, seguía su curso.
martes, 19 de noviembre de 2024
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