Hay canciones que no nacen de la perfección, sino de la grieta, de ese lugar donde la voz se quiebra y la nota se desvía, pero aun así llega a algún lugar. No importa si la melodía se deshilacha en los bordes, si el ritmo tambalea o si la voz desafina; lo que importa es el temblor, esa vibración que no se explica, que no se mide, pero que atraviesa la piel y se instala en el pecho, como un latido ajeno que se hace propio. En ocasiones, la imperfección tiene el calor de lo vivo, el desorden de lo humano, y es ahí donde la canción encuentra su verdadero destino: no en el oído, sino en el alma.
sábado, 22 de marzo de 2025
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