Antes las cosas no se desvanecían tan rápido. Las palabras permanecían luego de ser dichas, se guardaban como algo valioso, algo que merecía durar. Una mirada no era un gesto cualquiera, sino un momento que se sostenía, con el poder de detener el tiempo. Los gestos no eran casuales, cada uno dejaba una marca, como si la vida fuera un camino que se iba trazando paso a paso, sin prisa. Ahora todo parece deshacerse al instante. Las palabras se pierden antes de terminar de sonar, las miradas se disuelven en el ruido, y los gestos apenas rozan la superficie de las cosas. Nada se acumula, nada permanece. Y tal vez, sin darnos cuenta, hemos olvidado cómo sostener lo que no se ve, que es lo único que verdaderamente importa.
martes, 25 de marzo de 2025
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