El aire ya no corta: acaricia. Las piernas olvidan. La meta no es un final, sino el lugar donde todo reinicia. El cincel no fuerza el mármol. Espera. Escucha. Hasta que la piedra le indique por dónde partirla. La música existe porque el silencio, a veces, necesita ser roto. Porque entre el antes y el después debe haber algo que vibre. Como la espuma que corona la ola un instante antes de rendirse al mar. Como las estrellas, que brillan sin pedir permiso. Vivir no se explica. Se late. Se respira. Y cuando todo termine, quedará ese destello: no como adiós, sino como la prueba absurda de que los finales son sólo otra forma de seguir.
lunes, 30 de junio de 2025
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