Hay un lugar que el olvido no alcanza. Es el instante en que los ojos, cansados de mirar décadas, deciden quedarse, aunque duela. La espalda que se endereza -no por orgullo, sino por costumbre- cuando el peso de los años dice que es hora de doblegarse. La palabra justa, dicha en el momento injusto, con esa calma que sólo dan los atardeceres vividos. No es un relámpago. No es un milagro. Es más bien como el último rayo de sol de una tarde que pronto será noche. Pero ahí está. Persistiendo. Como quien, a días de cumplir cincuenta, descubre que la luz no se extingue: se transforma. Que el aire, de pronto, huele a tiempo bien gastado. Que el mundo, pese a todo, tiene este pequeño hueco por donde aún cabe la esperanza.
viernes, 1 de agosto de 2025
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