Nadar, sustancialmente, se revela como un acto de entrega a lo inevitable, donde el agua se convierte en un refugio. El azul profundo nos invita a renunciar a los pensamientos que acechan, por lo que también se presenta como una promesa de libertad. Cada movimiento en el agua evoca el cálido brillo del sol, recordándonos la alegre simplicidad de existir. Sumergirse es, en su naturaleza, una invitación a lo desconocido, a deslizarse con la corriente. No se trata de un ejercicio, sino de una búsqueda visceral de experimentar el flujo vital que nos atraviesa. Podemos permanecer alejados de la orilla durante algún tiempo, pero cuando el momento se impone, la única opción es cruzar ese límite y zambullirse en el abismo donde el alma, finalmente, encuentra su lugar.
viernes, 29 de noviembre de 2024
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