Existió un tiempo en que el mundo se colaba en mis horas, desordenándolas y desgarrando mis silencios. Las emociones no eran sólo algo que observaba desde lejos; me envolvían, me sacudían, me dejaban sin aliento. Aprendí, tras caer reiteradamente, que no todas las batallas valen la pena y que no todas las preguntas necesitan respuesta. La serenidad no es un regalo, sino una conquista, un espacio que defiendo con la fuerza de quien ha perdido demasiado. Hoy confío mis proyectos y miedos a unos pocos, no por desconfianza, sino por sabiduría. No todo merece ocupar el espacio que he trabajado tanto en limpiar y reconstruir. Hay algo sagrado en lo que hemos salvado de nosotros mismos, y eso no se entrega a cualquiera. No es egoísmo, sino respeto por lo que hemos sido y por lo que hemos decidido ser.
miércoles, 12 de febrero de 2025
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