El cansancio no es una derrota, sino una especie de inteligencia del cuerpo. Se acumula en los huesos como polvo en los muebles, y cuando llega a los ojos, el mundo se mira distinto. Así, entre parpadeos lentos, el lunes exhala su último aliento mientras el martes nace, como todo martes: pálido, mudo, indiferente. El sábado ya es cadáver. No hay que rescatarlo, sólo recordar cómo se besó a una mujer con la excusa de salvarse. ¿De qué? Tal vez del paso del tiempo, tal vez de la idea de que todo debe durar. Pero los besos no salvan: son un breve incendio en la oscuridad. Lo demás es silencio. Ahora, en este instante exacto, el martes existe, pero aún no pesa. Es una promesa sin dueño. El lunes, en cambio, se aferra a las esquinas, como un fumador a su último cigarrillo. No hay que juzgarlo. Los días no se malgastan, simplemente se consumen, como la cera de una vela. Queda, sin embargo, algo. Un rescoldo, un temblor. Algo que lucha por no ahogarse, como ese pez que chapotea en el fondo de la pecera cuando ya no hay más agua. No hay que revivirlo. Sólo contemplarlo. Después, cerrar los ojos. El martes aguarda, imperturbable.
martes, 6 de mayo de 2025
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