En nuestra vida, todos sentimos una necesidad profunda: queremos mostrarnos y expresar quiénes somos. Dentro de cada uno de nosotros hay un impulso por crear algo que nos trascienda, por dejar una huella en el mundo, aunque sea efímera. La fugacidad de la vida nos invita a compartir fragmentos de nosotros mismos, ya sea a través de un gesto, de una obra o de las relaciones que cultivamos. Así, crear se convierte en una forma de desafiar al tiempo, buscando algo que siga resonando más allá de nuestros pasos. Al compartir nuestras historias, no sólo anhelamos ser comprendidos, sino también romper las barreras que impone el tiempo. Cada palabra y cada acción tiene el poder de tocar el corazón de los demás. En esa conexión encontramos significados que van más allá del momento, dejando rastros para que lleguen adonde deban llegar. En esa búsqueda compartida, descubrimos que al abrirnos a los demás, no sólo encontramos un sentido de comunidad y pertenencia, sino que, además, logramos superar nuestros propios límites.
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