El ser humano navega en un vasto mar de elecciones, un océano donde cada ola que lo empuja es única e irrepetible. Sin la brújula del pasado ni el faro del futuro, se enfrenta a cada instante como un pintor que, con un único pincel y algunos pocos colores, se encuentra ante un lienzo en blanco, sin haber imaginado la obra que está a punto de crear. Cada decisión es un acto de valentía, un salto hacia lo desconocido, donde no hay borradores ni tiempo para correcciones insuperables. La vida se convierte en la única obra que conoce, un viaje sin mapa ni guía. Pero, ¿qué sentido tiene este camino si el primer intento es prácticamente también el último? En esta singularidad radica su esencia: una belleza cruda que nos invita a vivir con intensidad. Al final, no importa la perfección del cuadro, sino el valor de haberlo pintado. Cada trazo, cada error y acierto, revela la verdadera riqueza de la existencia: el simple hecho de vivir, siempre, de nuevo, y siempre por primera vez.
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