El destino nunca se marcha con las manos vacías. Es paciente, como un jugador de naipes que conoce el final de la partida antes de repartir las cartas. No tiene prisa, pero tampoco olvida. Se instala en los rincones de la vida, observando, esperando, hasta que llega el momento preciso en que extiende su mano y toma lo que siempre supo que era suyo. No es cruel, ni justo. Simplemente es. Y cuando se va, lo hace sin ruido, dejando tras de sí un rastro de cosas que ya no están, pero que, de alguna manera, siempre estuvieron destinadas a desaparecer. Así nos dice, sin palabras, que en esta partida sólo podemos elegir la mesa, pero nunca las cartas que nos tocan.
domingo, 16 de febrero de 2025
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