En el fondo, todos llevamos una extraña obsesión por lo inmutable, por lo que permanece quieto, como si en la quietud encontráramos una especie de salvación. Queremos que las cosas duren para siempre, que el amor no se desgaste, que el mundo no avance más allá de ese instante perfecto que alguna vez creímos alcanzar. Construimos barreras, no para defendernos del mundo, sino para defendernos del tiempo. Pero esas barreras, con los años, se vuelven pesadas, opresivas, como si la vida misma nos recordara que no hay refugio en lo inmóvil, que la única verdad está en lo que permanece en movimiento, en lo que no se detiene. Y tal vez sea ahí, en esa aceptación, donde encontramos algo parecido a la libertad.
martes, 11 de marzo de 2025
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