Tropiezo. Caigo. Ahí. Justo ahí, en el punto exacto donde debía estar, un auto descontrolado cruza a toda velocidad. No maldigo el tropiezo. No cuestiono la caída. Ese paso en falso es la única razón por la que sigo vivo. ¿Entendés? El error perfecto. La equivocación que me salvó. La vida, al final, se reduce a esto: una suma mal calculada que, contra toda lógica, era la única correcta. Suerte. Así le llamamos al instante preciso en el que equivocarse te agarra del brazo y te arrastra, sin pedir permiso, hacia un destino menos cruel. Y vos, sin sospecharlo, siempre estuviste a salvo.
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