Todo está ahí, en esa luz que se enciende y apaga con un gesto. Rostros perfectos, momentos dorados, vidas que parecen escritas por alguien que sabe cómo deberían ser. Nadie tropieza. Nadie pisa el vidrio en la arena. Nadie se equivoca. Deslizan el dedo hacia arriba, una y otra vez, como buscando algo que nunca aparece. ¿Qué esperan encontrar? ¿La confirmación de que los demás son tan felices como dicen? ¿O la prueba de que ellos son los únicos que no entienden el juego? Las palabras caen en el vacío. "¡Qué maravilla!", "¡Envidio tu vida!", "¡Sos increíble!". Frases huecas, intercambiables, como monedas sin valor. Nadie mira de verdad. Nadie pregunta de verdad. Nadie entiende el juego de verdad. Y sin embargo, ahí está la pregunta, persistente, en algún lugar entre la niebla de likes y corazones: ¿Por qué no lo descubres por ti mismo? No hay respuesta. Ya no existe la piel. Sólo el reflejo de una sonrisa que no duele, de un éxito que no cuesta, de una vida que no existe. Deslizan el dedo hacia arriba, una y otra vez. La luz sigue encendida. Nadie la apaga. Pero todos, poco a poco, nos volvemos sombra.
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