No cede. El frío de este julio que agoniza, tenaz, obstinado, como si el invierno hubiera perdido la cuenta de los días. Persiste, idéntico al de ayer, a la semana pasada, al mes que se arrastra. La ciudad, exhausta, se cierra como un pétalo nocturno. Las calles se alargan, los gestos se afilan. La gente avanza envuelta en sí misma, abrigos hasta las cejas, sin mirar. Hay una tristeza suspendida en el aire, densa. No es sólo el frío. Es otra cosa: algo que se ha colado entre nosotros, como un segundo que se niega a pasar. La gente cuenta pasos, espera lo que no existe. El frío está en los huesos, en las palabras no dichas, en la luz frágil de las casas. Pero el invierno no negocia. Avanza, ocupa, no pide permiso. Le da igual que la ciudad haya olvidado respirar. Le da igual que nosotros hayamos olvidado esperar. Hay cosas que parecen no terminar nunca. Hay un frío que ni siquiera sabe que se llama frío. Y sin embargo -milímetro a milímetro- nos acercamos al sol. Entonces, un día, sin aviso: la primera flor.
miércoles, 30 de julio de 2025
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