Hay heridas que no nos pertenecen, aunque las veamos todos los días. Las torres caen una y otra vez en la pantalla, pero no en nosotros. No las sentimos. Las consumimos. La de ese fatídico día, como tantas otras tragedias, son relámpagos en la memoria del mundo, pero ¿dónde queda la memoria cuando nadie la hace suya? Lo que no se vive como experiencia se desvanece, convertido en ruido de fondo. Pasamos de la conmoción al scrolling, del horror al siguiente trending topic. Así funciona ahora todo: la amenaza nuclear, el colapso climático, las guerras. Sabemos que están ahí, pero no nos rozan. No nos duelen. Las noticias son como piedras arrojadas a un pozo sin fondo: nunca escuchamos el impacto. Y entonces, ¿cómo reaccionar? Si nada llega a ser real, ¿contra qué rebelarse? Vivimos en la ilusión de estar informados, cuando en realidad sólo estamos distraídos...
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