El mundo es una máquina terminada. Cada pieza ha sido ajustada por siglos de manos útiles. Tu casa, el puente, el pan... Todo lo que sirve está aquí. Completo.
Ahora miro la calle: Personas que caminan con prisa. Llevan mapas en sus aparatos de telefonía, mientras son rastreados por satélites. Saben adónde van. Para qué sirven. Pero en la esquina, quieto, un hombre. No consulta su aparato telefónico. No sigue el flujo. Mira arriba. Sólo arriba. Al espacio entre edificios. Un pedazo de cielo gris. Respira hondo. Suelta el aire despacio. Forma una nube blanca que se deshace. No calienta motores. No mueve engranajes. Sólo es. Humo en el aire frío.
Un niño en clase: Debería sumar cifras. En vez de eso, sigue con los ojos la sombra de un pájaro deslizándose por el muro. La maestra dice: "Eso no sirve". El pájaro vuela. La sombra desaparece.
Ser útil es ser parte de la máquina. Una pieza más.
Ser inútil...
...es ese humo que se eleva sin justificación. Esa mirada perdida en un cielo mudo. Esa sombra fugaz en la pared.
¿Moral? Sí.
Porque el mundo, ya terminado, no necesita más ladrillos. Necesita el humo. La pausa. El gesto que no construye nada.
Como estas palabras...
Tan solo un recordatorio: Estar vivo es suficiente.
Y a veces, es todo.
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