Nació donde el mundo no lo esperaba. Una ciudad vasta y gris, de puertas selladas y ventanas enrejadas. Allí, él era un error viviente -una planta en medio del desierto-. Huyó. No por coraje, sino porque quedarse era desangrarse. Encontró un pueblo sin nombre. Una casa derruida que compró sin razones, sólo porque al apoyar la mano en sus paredes, sintió el eco de algo que podía ser suyo. La reconstruyó despacio, no como un albañil, sino como quien desentierra algo olvidado dentro de sí. Cada grieta cerrada era una pregunta menos. Pasaron años. Las noches olían a leña y a luna. Ya no cargaba el peso de los días. A veces, al mirar al cielo, sentía que aquella vieja herida en su pecho por fin había cerrado. Cuando murió, no hubo lamentos. Sólo el crujir de los postigos, el viento moviendo el polvo donde, sin querer, había escrito su nombre. En las paredes. En los caminos. En la memoria lenta de los que quedaron. Nadie elige dónde nace. Pero todos elegimos dónde morir, o deberíamos hacerlo. El pueblo sin nombre. La casa que lo tuvo, apenas un suspiro, un capricho de tiempo. El polvo que memorizó su nombre cuando él ya era aire. Allí, en ese olvido preciso, estaba su lugar verdadero. No en la ciudad que lo expulsó, sino en el sucucho del mundo que eligió para quedarse, para ser, por fin, lo que siempre había sido sin saberlo. El último mapa no se traza con fronteras. Se dibuja con el tiempo que pasamos en un lugar, con las paredes que levantamos, con el silencio que hacemos nuestro.
lunes, 28 de abril de 2025
sábado, 26 de abril de 2025
INOPORTUNO
La caja apareció detrás del armario, como si el tiempo la hubiera devuelto. Dentro, un mapa trazado en servilletas arrugadas, una lupa de plástico, un reloj con las agujas pegadas sin esmero marcando las tres, una moneda oxidada que olía a juegos prohibidos. Las líneas del mapa le provocaron un vértigo familiar, ese tipo de recuerdo que duele entre las cejas. También pareció rememorar la lupa y el olor a insectos quemados. El reloj le interrogó: ¿quién había necesitado tanto aquella hora exacta? ¿Qué urgencia infantil condenaba ese instante a la eternidad? La moneda le dejó en los dedos un polvillo rojizo. La hizo girar sobre el dorso de la mano, buscando una inscripción, una pista. Sólo encontró el brillo gastado de tanto contar mentiras en el recreo. Volvió cada objeto a su sitio, con la precisión de quien recompone una escena del crimen. Al día siguiente, el armario estaba otra vez pegado a la pared. Pero esta vez, el reloj ya no estaba dentro de la caja. Lo encontró sobre la mesa de la cocina, las agujas quietas, clavadas en las tres. Al acercarse, un zumbido leve emanaba de su maquinaria. Entonces lo recordó: aquella tarde de verano, la promesa hecha bajo un palo borracho, el juramento de no decir nunca lo que había pasado a las tres en punto. El reloj no marcaba una hora detenida, sino una deuda. Y ahora, después de tantos años, alguien -o algo- había venido a cobrarla. Las manecillas comenzaron a girar.
martes, 22 de abril de 2025
EL ENGAÑO DE LO EFÍMERO
Lo llaman libertad, pero huele a derrota. Hemos perfeccionado el arte de la intolerancia. La destreza de no permanecer. Nos movemos entre afectos como si fueran estaciones de tren, subiendo y bajando antes de que el viaje canse. Todo es ligero, rápido, indoloro. Nada se fija lo suficiente como para dejar marca. Y así, en esa huida constante, creemos que somos libres. Pero no somos más que consumistas. Ya no buscamos en el otro un territorio desconocido, sino un reflejo cómodo de nosotros mismos. No queremos ser transformados, sólo confirmados. El amor se ha vuelto una transacción: tomamos lo que nos sirve y descartamos el resto. ¿De verdad creemos que así se vive mejor? ¿O sólo estamos drogados por la ilusión de que siempre habrá algo -alguien- mejor ahí fuera? Nos han vendido que el amor es una aplicación: si no funciona, se desinstala. Pero el corazón no tiene botón de reinicio. Lo peor no es la fragilidad de los vínculos, sino la mentira que los sostiene: la idea de que así evitamos el sufrimiento. Pero el dolor no desaparece; sólo se hace difuso. Nos volvemos expertos en despedidas y principiantes en persistir. Y, en el silencio entre un adiós y el próximo, descubrimos que lo que llamábamos libertad era sólo miedo disfrazado de modernidad. Al final, seguimos hambrientos. Pero ya ni siquiera sabemos de qué.
lunes, 21 de abril de 2025
ACTOS, NO PALABRAS
Hay cosas que sólo existen cuando las hacemos. No son ideas ni discursos, sino actos. Pequeños, cotidianos, inevitables actos. No creo en reglas absolutas, pero hay una frase de Camus que me persigue: "En medio del invierno aprendí por fin que había en mí un verano invencible". No es filosofía, es una verdad simple: responder, siempre responder, incluso cuando el mundo parece pedir lo contrario. No se trata de grandes declaraciones. Sólo de vivir sabiendo que cada elección, por pequeña que sea, cuenta. Sin aspavientos. Como quien planta un árbol sabiendo que nunca se sentará bajo su sombra.
domingo, 20 de abril de 2025
ETERNOS ESPECTADORES
Hay heridas que no nos pertenecen, aunque las veamos todos los días. Las torres caen una y otra vez en la pantalla, pero no en nosotros. No las sentimos. Las consumimos. La de ese fatídico día, como tantas otras tragedias, son relámpagos en la memoria del mundo, pero ¿dónde queda la memoria cuando nadie la hace suya? Lo que no se vive como experiencia se desvanece, convertido en ruido de fondo. Pasamos de la conmoción al scrolling, del horror al siguiente trending topic. Así funciona ahora todo: la amenaza nuclear, el colapso climático, las guerras. Sabemos que están ahí, pero no nos rozan. No nos duelen. Las noticias son como piedras arrojadas a un pozo sin fondo: nunca escuchamos el impacto. Y entonces, ¿cómo reaccionar? Si nada llega a ser real, ¿contra qué rebelarse? Vivimos en la ilusión de estar informados, cuando en realidad sólo estamos distraídos...
viernes, 18 de abril de 2025
VIRAZÓN
Hay días en los que la luz nos pertenece, y otros en los que algo, sin aviso, nos apaga. No es el destino. No es el cansancio. Es algo más delicado: fuerzas invisibles que rozan el estado de ánimo. No las vemos, pero están ahí, suspendidas en el aire como polvo en un rayo de sol, esperando el instante preciso para alterar la química de nuestro humor. Comienzas el día convencido de que nada podrá empañarlo. Pisas la calle, respiras el olor del otoño, y todo parece en orden. Pero al volver, incluso a los pocos minutos, y sin que haya mediado motivo alguno, esa alegría se ha ido. No hubo advertencia. Sólo un cambio mínimo, como cuando el viento cambia de dirección sin que nadie lo note. ¿Fue ese escalofrío repentino? ¿Fue la inapreciable rotación de los planetas? ¿O tal vez el vuelo solitario de algún pájaro? No hay explicación. Existen influencias que actúan en los límites de lo perceptible, donde los sentidos se confunden con el mundo. Se filtran sin hacer ruido, se instalan sin avisar. Y de pronto, sin notar el momento exacto, el buen humor se ha ido. La vida tiene ese poder: ajustar los tonos del ánimo con sólo rozarlos al pasar. Es el misterio constante de la existencia. Algo nos afecta, nos transforma momentáneamente, y seguimos adelante, sin entender por qué esta mañana cantábamos y ahora apenas podemos silbar una triste melodía. El aire está lleno de presencias invisibles que cambian el color de nuestros pensamientos sin pedir permiso. Hay quienes creen que el ánimo es una casa con sólidos cimientos. No es cierto. Es más bien como esas canciones que escuchamos una y otra vez, sin parar, y que de pronto -sin saber por qué- dificultosamente logramos tolerar.
jueves, 17 de abril de 2025
LO QUE PERMANECE
¿Cuántas veces nos miramos al espejo en una vida? Innumerables. Una y otra vez. La luz cambia, el ángulo, el gesto. Pero frente al cristal permanece la misma persona, casi imperturbable. Nos empeñamos en creer que un corte de pelo, una sonrisa distinta, una arruga más o menos, alteran algo esencial. Y sin embargo, ahí está el mismo de siempre, observándose con esa misma paciencia de siempre. La obsesión por transformarnos es un invento moderno, una fábula para distraernos de lo que realmente importa. Compramos espejos nuevos, probamos expresiones, acumulamos gestos. Pero el alma no se renueva por arte de magia. No hay atajo que valga. Lo único que nos transforma es ese lento y silencioso trabajo de escarbar dentro, sin prisa, sin espectadores. Morimos un poco al cerrar los ojos. Resucitamos, intactos, al abrirlos. El tiempo es sólo un decorado que montamos para no mirar de frente a lo que nunca se agota. Jugamos con relojes y calendarios como jóvenes que escriben promesas de amor eterno en la arena, sabiendo que la marea las borrará. Pero ahí está, siempre: esa presencia quieta, ese fondo que no se mueve. Cambiamos de postura, de disfraz, de historia. Y sin embargo, en definitiva, seguimos ahí, con las costuras del alma al descubierto, ante lo que no tiene principio ni fin. Tal vez el verdadero valor no esté en transformarnos, sino en quedarnos quietos, aunque sea un instante, y reconocer lo que no ha cambiado y nunca lo hará.
lunes, 14 de abril de 2025
ALGUNOS DÍAS
Algunos días, simplemente, se niegan a avanzar. Se detienen en mitad de la mañana como un reloj al que le falta voluntad. No hay prisa, no hay drama, sólo la geometría exacta de quien prefiere medir el tiempo en lugar de obedecerlo. La distancia entre dos personas no es casual. Es un diseño. Un silencio que no nace del vacío, sino de un cálculo preciso: hablar sería despertar algo que todos acordaron dejar dormido. Las rutinas son blindajes. La misma gripe leve, el mismo gesto repetido hasta volverse transparente. No es derrota: es táctica. ¿Para qué inventar otro mundo si este, aunque cansado, sigue en pie? Quedarse no es quietud. Es elegir el peso conocido antes que el riesgo de lo que podría ser. Lo peligroso no es caer, sino creer que huir siempre salva. A veces, la única honestidad es no fingir que hay salvación en otra parte. Algunos días, simplemente, se niegan a avanzar.
domingo, 13 de abril de 2025
COREOGRAFÍA DE SUPERVIVENCIA
Coreografía de supervivencia: ballet de músculos bajo pieles pacientemente maquilladas. Pulir una careta hasta volverla segunda naturaleza: óxido convertido en esmalte. Aplausos. Geometría de lo no dicho: ecuación donde el gesto es fórmula y el ademán, algoritmo. Escoger las palabras antes de liberarlas, priorizando el silencio. Forjar cadenas con el hierro de las vísceras: así se domestica el ímpetu. La mente: fábrica de relojería, engranajes sin chirridos, manecillas marcando horas ficticias. Arte del artificiero que desactiva bombas con manos de seda. ¿Qué queda del fuego original? Cenizas o diamantes fríos para joyería. Respirar bajo el agua de las miradas: pulmones adaptados, corazón en sordina. Aplausos. No es la mentira lo que salva, sino la elegancia de tejer redes. Y siempre, ese vértigo: ¿cuánto pesa la máscara fundida a la piel? Sólo los expertos trapecistas lo saben, balanceándose entre el abismo y los aplausos, bajo la atenta mirada de los payasos.
miércoles, 9 de abril de 2025
PERMANECER
Permanecer es un verbo que se conjuga en velocidad. Imaginate un equilibrista sobre un alambre que no cesa de moverse: cada músculo ajustado, cada respiración calculada, el cuerpo vibrando en una quietud que no es más que la suma exacta de gestos opuestos. Así somos, criaturas que creen habitar un punto fijo mientras, en secreto, se deslizan sobre una cinta infinita. Detenerse es imposible. Incluso para no caer, hay que correr. Pero hay una ilusión más sutil: la de volver. ¿Regresar? Ningún lugar acepta dos veces la misma huella. Llegás a la esquina donde jugabas de niño y descubrís que el tiempo no borra, sino que pule, como un viento que talla la piedra. Las paredes tienen otras grietas, el aire otra densidad. Vos mismo rehiciste tus memorias, capa sobre capa, hasta que ya no reconocés el peso de tu sombra. Incluso el café donde te sentabas cada mañana: la misma silla, el mismo vaso, pero el gesto del camarero es otro, y la luz que filtra por la ventana ha aprendido nuevos ángulos. Es una ironía elegante: buscamos anclas donde atar el presente, pero el mundo sólo ofrece arenas movedizas. Quien insiste en clavarse en un sitio descubre, tarde o temprano, que se ha convertido en un extranjero. Porque no es el paisaje lo que cambia, sino la mirada que lo habita. Y entre los dedos que tocan la mesa familiar, ya no están los mismos dedos. Quizá por eso seguimos corriendo. No para huir, sino para bailar con el vértigo de lo efímero. Hay una gracia en aceptar que no hay reposo, sólo coreografías perfectas que simulan la pausa. Así, en el centro del torbellino, inventamos la ficción de estar. Y tal vez, en ese movimiento perpetuo, encontramos la única forma honesta de existir: como llamas que se creen fijas mientras arden.
lunes, 7 de abril de 2025
ASTILLAS
Hay gestos que se repiten, esquinas que huelen igual, tardes que saben a mentira. Hay trenes que siempre llegan tarde, canciones que nadie recuerda, libros con páginas arrancadas. Hay puertas que chirrían de similar forma, faroles que parpadean en la misma secuencia, tazas con grietas invisibles. Hay silencios que pesan más que un grito, miradas que atraviesan sin tocar, heridas que no cicatrizan pero tampoco sangran. Se clavan. No se borran. No se las lleva el viento, ni el tiempo, ni el olvido. Se quedan ahí, en un rincón de la piel, en un pliegue del alma, en ese lugar incómodo donde duele respirar. Y aparecen cuando menos lo esperas: en el reflejo de un cristal, en el primer sorbo del café, en la voz de un desconocido que tararea una melodía casi olvidada. No son recuerdos. Son astillas...
domingo, 6 de abril de 2025
EL PESO DE LO QUE NO FUE
Hay dolores que no sangran. Pesan, sí, pero como el aire espeso de una habitación que permaneció cerrada durante demasiado tiempo. Son las huellas de batallas que nunca ocurrieron, los duelos declinados con un gesto leve, las espadas que nunca se cruzaron. No es huir. Es elegir otro campo, otro silencio. Hay una belleza extraña en lo que no sucedió: como una partitura sin notas, un cuadro pintado sólo con agua. Duele, claro. Pero duele de otra manera: como el vacío que deja lo que pudo ser y no fue. Nadie ve esas heridas. Nadie las nombra. Sólo hay ausencias. Y sin embargo, llevan consigo toda la elegancia de lo que se resistió a existir.
miércoles, 2 de abril de 2025
SIN CUENTA
Llegará un día en que abrirás los ojos y el futuro ya no será aquel paisaje generoso donde guardabas todos los comienzos. Seguirá ahí, sí, pero más compacto, como una maleta que ya no admite más sueños. Entonces volverás la cabeza y verás, con una mueca incómoda, que el pasado es ahora una ciudad desbordada, llena de esquinas que no doblaste, de puertas que no abriste, de conversaciones que postergaste. No es el terror a la muerte, no precisamente. Es algo más sutil, casi químico: la sensación de que la vida, en algún instante, dejó de ser una apuesta para volverse un catálogo. Has juntado horas, estaciones, silencios. Algunos arden todavía; otros se han vuelto ceniza sin llama. Lo que duele no es lo que elegiste, sino lo que imaginaste elegir y nunca sucedió. Aquellos planes que colgaban del techo, ingrávidos como nubes, y que un día se disolvieron sin lluvia. La ansiedad siempre fue una cómplice discreta. Te lanzaba hacia adelante, te recordaba que todo lo esencial siempre estaba a punto de ocurrir. Pero ahora la cuenta es otra: hay más ya andado que por andar. Y la ansiedad, sin su horizonte habitual, se repliega, se envenena. Se convierte en una melancolía al revés: no extrañas lo que viviste, sino lo que dejaste vivir sin ti, como un adelanto de la finitud. Algunos aseguran que a los cincuenta empieza la segunda parte. Bonita mentira. No hay partes, sólo una línea que se alarga o se quiebra. Lo único cierto es que ahora lo sabes, con una claridad casi indecente: el tiempo nunca fue esa reserva inagotable. Algunas ventanas, en efecto, ya no se abrirán. Pero hay un resquicio, mínimo y obstinado: la libertad de dejar de sumar. De caminar sin contabilizar los pasos. De mirar el reloj y encogerte de hombros, porque al fin aceptas que nunca supiste qué hora marcaban esas malditas agujas, ni importaba...
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LÁZARO
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Llegará un día en que abrirás los ojos y el futuro ya no será aquel paisaje generoso donde guardabas todos los comienzos. Seguirá ahí, ...